Una aventura arriesgada
(Escrito en 2014)
Y claro… no podía imaginar que mi aventura iba a ser
más arriesgada de lo que había pensado. Como les comenté ayer, salí campante en
mi auto, a buscar un lugar donde me pudieran bajar las planillas de Internet.
Planillas que necesitaba para poder pagar los trimestres y obtener las
mencionadas solvencias. En este punto, recomiendo a los lectores que me siguen
y que se han saltado la lectura de días anteriores y que por lo tanto deben
estar como pajarito en jardín, les recomiendo pues, que den marcha atrás, que
pongan el retroceso y que comiencen a leer desde el Día 1 y subsiguientes, para
que tengan una total comprensión de lo que estoy hablando, de lo contrario se
quedarán con los ojos claros y sin vista preguntándose: ¿What is this?… O dicho
en criollo y vernáculo: ¿y esto con qué se come?.
Aclarado entonces este punto, prosigo mi relato. Me regreso a la avenida principal de la urbanización, a un localcito donde
recordé funcionaba un pequeño chat y es allí donde generalmente voy a sacar
fotocopias. Lo atiende una señora jóven, entradita en carnes, pero eso no le
impide ser muy simpática y amable, cosa que no puedo decir lo mismo, cuando
está un señor, que quizás sea su esposo, no lo sé, pero que cuando entro y digo
“Buenos días”, ni siquiera me mira a los ojos y por supuesto tampoco contesta,
quizás su falta de amabilidad sea por no estar entradito en carnes. Pues llego
al sitio, tengo la suerte de encontrar un buen lugar para estacionar mi
vehículo, procedo a colocar el trancapedal y el tapasol, y con cierto esfuerzo
(recuerden que les comenté que tenía la chicungunya) y me dolía hasta la cédula, logro bajarme y llegar
hasta el negocio. Toco a la puerta, me abre la señora algo entradita en carnes
pero muy simpática y amable , la saludo con cordialidad y ella me responde de
la misma manera y entonces le pregunto si puede bajarme unas planillas por
Internet. Ella me mira directamente a los ojos, clava su mirada en mí, no sé si
con lástima o con tristeza y con una voz apacible me contesta: Podría, pero
lamentablemente estamos sin luz desde las ocho de la mañana. (Debo añadir que
en ese momento eran las once del día). Mi expresión se transfigura y con voz
doliente contesto:¡Ay Dios, que buena broma, otra vez!. En vista de la
imposibilidad de lograr mi cometido en ese lugar, le pregunto: ¿No hay por aquí
otro sitio dónde bajen planillas? La señora entradita en carnes, pero muy
simpática y amable me responde que más adelante cerca del puente (el puente es
un elevado para el paso vehicular, que hace tiempo construyeron para unir la
urbanización con la zona de la ciudad, y que es “tan” elevado que no dan ganas
de subirlo andando y que por debajo de ese elevado pasa la autopista.También
debo aclarar que las defensas de protección del mencionado elevado, en la parte
de las aceras, por donde pasan los peatones, han desaparecido (las defensas no
los peatones), pues los recuperadores de metal las han robado para venderlas y
ganarse un dinerito extra, y quizás sea por esa causa que han ocurrido tres
accidentes en los cuales una persona se cae a la autopista, con los resultados
que ya se sabe pueden ocurrir).¡Caramba! Otra vez me salgo del tema. Me
perdonan queridos y consecuentes lectores, ya les expliqué en una oportunidad
que mi cerebro funciona a velocidades insospechadas y se mezclan las ideas como
en una licuadora (de conocida marca, de las que antes costaban como muy caras
en quinientos bolívares y que ahora te cuestan más caras todavía, casi como lo
que antes costaba un vehiculo)
Les pido disculpas y continúo el relato… Me encamino hacia el sitio recomendado por la señora (entradita en carnes,pero
muy amable y simpática), pero para evitar tener que sacar el trancapedal y el
tapasol de mi auto, y a pesar de mi incomodidad al caminar, decido irme paso a
paso esas tres o cuatro cuadras hasta el sitio recomendado. Tres o cuatro
cuadras que se convirtieron como por arte de magia en cinco o seis y que me
dejaron con las piernas haciendo cuíííííí´. Afortunadamente, ese negocio estaba
en otro sector del atendido por el servicio de energía eléctrica y contaba con
ella. Así pues entré y dije: Buenos días… mientras aguzaba el oído esperando
las respuestas que sorpresivamente me llegaron a coro desde tres computadoras
distintas y detrás de un mostrador. Hice mi pregunta de rigor: ¿Pueden bajarme
unas planillas por Internet?…¡sí, claro!, me da su clave por favor…Le doy mi
clave para entrar en mi página del Municipio, y como por arte de magia, tengo
en mis manos, a los pocos minutos, las tan anheladas planillas. Me extraña, eso
sí, que no tengan mi nombre escrito sino el nombre de mi negocio. Bastante
extraño por supuesto, pues los inmuebles son míos y de mi medio naranjo(o sea
mi esposo), no de mi negocio. Pero, como aquí en el país de lo posible, todo es
posible (valga la rebuznancia…perdón la redundancia), pienso que pronto me
enfrentaré a la verdad verdadera de esto. A la razón, pues, de este equívoco, y
ya de una, me voy temiendo las consecuencias que imagino funestas.
Regreso mis pasos por las cinco o seis cuadras, después de haber
cancelado el precio de las planillas, aproximadamente unos doscientos cincuenta
bolivares. (Lo que antes hubiera sido unos veinte bolívares más o menos). Llego
hasta mi auto, sudando por la hora, cansada, malhumorada y sedienta y por si
fuera poco adoloridas mis piernas. Pero eso no me hará cambiar mi determinación
de conseguir las solvencias. Todo este proceso se me ha hecho algo complicado
por lo nuevo, ya que anteriormente, el pago de los impuestos anuales, las
declaraciones de impuesto, la renovación de la patente de comercio, todos esos
trámites me los hacía un eficiente contador público, al cual pago mensualmente
sus honorarios, aunque estos trámites debo cancelarselos “aparte”. En fin, este
detalle no viene al caso, como en esos momentos yo no estaba trabajando, (y no
estaba trabajando, ya que la dueña del local dónde se encontraba mi pequeño
restaurant, se antojo de que yo le pusiera paredes y piso de cerámica a su
local, pagando de mi bolsillo y sin que ella quisiera reconocerme el gasto de
ninguna manera, por lo cual, al yo decirle que no estaba dispuesta a eso, me
mandó a desocuparlo, al término del contrato, o sea al mes siguiente de
comunicarmelo, y claro está al yo denunciar eso en la oficina de
inquilinato,para que me concedieran prórroga de un año para poderme mudar, ella
tuvo represalias conmigo, haciendome la vida imposible). Perdonen el salto,
prosigo… pues yo misma me hacía los trámites y así podía ahorrarme algún
dinerito. Llegué al vehículo con mi montón de planillas, realicé el ritual de
siempre (trancapedal, tapasol) y me dije para mis adentros: ¡Ya tengo las
planillas, ahora ya todo será coser y cantar!
Pero…ví la hora…las 11.30…me dije…en la Alcaldía deben estar cerrando, tal vez
si me apuro llego a tiempo. Así que encendí las turbinas del motor
(jajajajaja…¿cuáles turbinas?)y salí soplada hasta la Alcaldía. Llegué en cinco
minutos, ya que por fortuna todos los semáforos me tocaron en verde. Conseguí
un sitio para estacionar. En tiempo récord, digno del Guiness, puse el
trancapedal, el tapasol no lo puse, no me daría tiempo, me bajé sin pensar en
el dolor de las piernas, procedí a volver a colocar en mi cerebro el tema musical de
“Carros de fuego” y llegué a la oficina, faltando veinticinco minutos para el
cierre. ¡No había cola!(Que alegría, que emoción, era increíble)…Me acerqué a
la ventanilla, me doblé hasta la cintura para poder hablarle al funcionario
que, camisa roja y cara de sueño, estaba sentado detrás de su escritorio y le
solté un ¡Buenos días! alegre y confiada, mientras el funcionario, bostezando
me contestó: Tendrá que venir a la tarde, porque faltan veinte minutos para las
12 y a las doce tengo que salir a almorzar. De más está decir que no me recibió
las planillas ni se fue a almorzar, simplemente se quedó allí sentado
bostezando y viendo al frente.
Con mi corazón vuelto un huracán de emociones y frustraciones, tomé mis
planillas, dí media vuelta y salí hacia mi automóvil, pensando…¿Qué me
prepararé de almuerzo?
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